Nos encontramos en 1925 en Nome, una
pequeña localidad esquimal situada en el estrecho de Bering, en Alaska,
allí donde América casi se junta con Asia, muy cerca del Círculo Polar
Ártico. Se ha desatado una epidemia de difteria, afectando sobre todo a
los niños inuit de la pequeña escuela local, desprotegidos ante la enfermedad del hombre blanco.
El mar de Bering se encuentra en estas fechas totalmente congelado, por
lo que la ayuda marítima es inviable. Los dos únicos aviones con los
que cuenta en esta época Alaska son de cabina abierta y nunca han volado
en invierno, por lo que la única ayuda posible debe provenir por
tierra. Pero la nieve bloquea todos los pasos de montaña que unen
Anchorage, la capital de Alaska, con la costera ciudad de Nome.
Aún así se decide intentar lo imposible.
Se busca la fórmula para romper el asedio invernal al que está sometida
Nome, y la única forma factible es con los medios de transporte
tradicionales esquimales: los trineos tirados por perros. Se monta una
expedición que, por medio de relevos compuestos por 20 mushers
(nombre con el que se denomina a la persona que guía el trineo) y 150
perros, trataran de llevar un paquete de 9 kilos de suero a tiempo para
salvar a los niños de Nome. A un viajero de la época, viajar de
Anchorage a Nome le podría llevar 3 semanas, pero no hay tanto tiempo.
Esta gesta se conoció en su día como la Carrera del Suero a Nome de 1925.
Un tren parte de Anchorage y acerca las
vacunas hasta la localidad de Nenana, donde a las 9 de la noche del 27
de enero de 1925 y con un mercurio marcando 46 grados bajo cero, el
primer musher, “Wild Bill” Shannon, emprende esta frenética carrera
contrarreloj de 1.085 kilómetros, con temperaturas que llegaron a
alcanzar los 54 grados bajo cero y vientos de más de 100 kilómetros por
hora. Tras 127 horas sin descanso (algo más de 5 días), el noruego Gunnar Kaasen, junto con su perro capitán Balto,
alcanzan Nome el 2 de febrero a las 5:30 de la madrugada. La hazaña
obtiene repercusión mundial y tanto los mushers como los perros son
reconocidos mundialmente. Hoy en día todavía se puede contemplar la
estatua de Balto en el Central Park de Nueva York.
El desarrollo de la aviación y de las
comunicaciones terrestres provoca que una odisea tal no tenga que volver
a repetirse, pero en 1973, y conmemorando la heroica proeza, se
instaura la carrera de Iditarod,
denominada así por el antiguo nombre de la ruta que cruza Alaska desde
Seward, población donde acababa el ferrocarril, hasta Nome.
Desde ese año, el primer sábado de
marzo, decenas de mushers y cientos de perros emprenden lo que se llama
La Ultima Gran Carrera, rememorando la gesta de hace 87 años y
convirtiéndola en el mayor acontecimiento de Alaska. Hoy en día, los
mushers y sus perros deben recorrer unos 1800 kilómetros, cruzando 26
controles y dando tres descansos obligados a los perros, uno de 24 horas
y 2 de 8 horas, completando así el recorrido en 8 o 9 días, dependiendo
del año.
La carrera es todo un espectáculo,
siendo retransmitida por todo el mundo y donde miles de aficionados y no
aficionados acuden a Alaska para disfrutar de cómo hombres y perros,
emulando pasadas heroicidades, cruzan los bellos desiertos helados de
estas tierras.
Esta prueba fue tristemente célebre en
España en 1980, cuando el pionero defensor y amante de la naturaleza
Félix Rodríguez de la Fuente, fallece el 14 de marzo en un accidente de
avioneta mientras grababa un documental de la Última Gran Carrera:
Iditarod
Artículo sacado de http://www.pasonoroeste.com/blog/?p=659